«Horizonte Vertical»

Galería 1er Piso
Mayo 20 – Julio 6 de 2019

 

¿Qué es el cosmos si no un instrumento hecho con fragmentos de cristal de colores, que mediante una combinación de espejos componen una variedad de formas simétricas al rotar?

 

Vladimir Nabokov

 

El día en que nos enteramos de que al ver el brillo de los astros, que permite la oscuridad, lo que realmente contemplamos es un espectro de cuerpos ardientes, eventualmente extintos, que han viajado millones de años, a la increíble velocidad de la luz, es decir: que ese resplandor, de cada una de ese millar de estrellas, es realmente “el pasado”, nos abruma la insignificancia de nuestra leve vida mortal. Pavor o quizá fascinación pueden ser las sensaciones que nos asistan en ese momento. Cada cual, y según su grado de empatía con el cosmos, alcanza un umbral sensorial distinto, eso es lo mágico de este momento, nos enseña lo inmensamente distintos que somos, aún en medio de la increíble similitud que nos define. Hay también quien parte de esta realidad sin nunca haberse percatado de que las estrellas viajan con el secreto del tiempo en su resplandor.

 

Horizonte vertical, es el nombre del proyecto que Edwin Monsalve consiente de lo anterior viene experimentando desde el año 2018; ¿Qué lugar ocupamos en el tiempo y el espacio?.

 

Este título, lejos de ser una contradicción o paradoja, es una imagen fuertemente evocadora, una configuración gramatical que se vale del oxímoron para afirmar una realidad abierta desde el tiempo de Descartes: no existe más cosa que lo que la mente puede. Cogito ergo sum (pienso luego existo) es una suerte de horizonte vertical. X y Y, conjuntos en Z, alternado su valor y posición en el espacio. Ya no hay arriba o abajo, atrás o adelante, sólo espacio móvil, como lo describe la esfera. Cosmos: materia, luz, tiempo y gravedad; fuerzas naturales que han posibilidad nuestro pensamiento y por ende la existencia misma de nuestra realidad, preceptos que se encuentran en esta investigación variando sus postulados.

 

Mapas celestes, recreados con imanes que, de manera sutil, resisten papeles ennegrecidos con la tierra misma, petróleo y carbón mineral, sobre un soporte que da cuenta del modelo, del formato del entendimiento del cosmos, son la base de esta producción, que recurre a las fuerzas naturales para, con su voz hablar de lo que somos, de nuestra complejidad abierta, que se resume en la fragilidad de un equilibro en vilo.

 

Y es que experimentar con los elementales, con las fuerzas de la naturaleza cifradas en la materia, la luz y el magnetismo —que representa la gravedad—, sin pretender más que encontrar relaciones positivas sobre lo que nos define, es un reto más que complejo, sus alcances podrían conducirlos a ningún lado, o a todos a la vez, sin dejarnos saber lo que se esconde en las paredes del túnel que se ha cavado. Nuevamente el horizonte vertical aparece, engendra la paradoja, vuelve la imagen sobre si misma conteniéndola en el infinito descrito en el efecto Droste , en el mise en abyme, en el espejo que frente a otro similar nos enseña la eternidad.

 

Que afortunado el momento en el arte cuando se encuentra con la filosofía y la ciencia. Los resultados no pueden ser distinto a la fascinación, tal vez porque se trata del conocimiento humano en su completa totalidad. En este caso, en este horizonte vertical, la estructura del dibujo acompasa el relato. Punto y línea sobre el plano, como lo dijera Kandisnky, todo cuanto existe pude explicarse desde esa sencilla y, a la vez, compleja gramática.

Oscar Roldán-Alzate
Curador
Director Extensión Cultural Universidad de Antioquia