TEXTOS
La pintura abstracta representa el símbolo del verdadero fundamento de la creación artística contemporánea. Producir emoción comunicante sin referencia anecdótica de la imagen constituye el más significativo logro del artista. El abandono de la propuesta temática dio nacimiento a infinitas expresiones y sentimientos antes ocultos por el facilismo asfixiante que invadía los caminos de la pintura encauzada a complacer cánones y maneras tradicionales. El rompimiento con este continuismo enriqueció el lenguaje de la pintura que emergió de sus propios elementos, como color y textura, para entregar un nuevo soporte a los fundamentos creativos del arte. Con extraordinarios ejemplos -Kandinsky, Mondrian, Picasso y Rothko- se ha demostrado en el transcurso del siglo XX la penetrante expresión y riqueza de estilo del arte abstracto, que no deja duda sobre la validez de esta nueva actitud y compromiso del artista, quien así se acerca a lo desconocido evidenciando la magia de lo nuevo, la grandeza de lo oculto y la emoción de lo inesperado.
MANUEL HERNÁNDEZ
He buscado que el negro sobre el negro obligue al nacimiento de la forma, que el sentido de lo plano palpite de extremo a extremo, he querido que el color inunde mi obra sin estridencias. He negado la perspectiva, las anécdotas y me he situado en lo abstracto, lo sereno, lo equidistante. Con óvalos, diagonales, equilibrios y desequilibrios sugiero atmósferas contenidas. Utilizo contrasentidos, dudas en el contorno, abandono lo preciso, quiero luz en los bordes, luz que aparece y desaparece, trabajo el signo como lenguaje plástico más que como vigencia histórica. Me interesa lo inesperado, lo sin tiempo, lo que nos toca y pasa, el ser y no ser, la contradicción, la interpretación abierta que despierta la sensibilidad y el encuentro.
Cuando los del altiplano bajamos a tierra caliente, es grato ver cómo hay un halo, una especie de vapor envolvente de toda la atmósfera. Los contornos desaparecen, pero hay una sequedad interior hermosísima que nos conmueve. Esa parte envolvente en el paisaje y la atmósfera es lo nuestro. En cada borde, en cada contorno, en cada direccional, en cada línea, en cada contraluz, busqué la posibilidad de ir conformando un lenguaje.
MANUEL HERNÁNDEZ
Para el abstracto la nube significa etéreo; la piedra, peso y el espacio, aire. Trabajar en la pintura abstracta es desechar la piel misma de la obra, la forma de los objetos, el contenido inmediato. El abstracto pretende dar al hombre una emoción presentida, tomando en cuenta principalmente la sensibilidad, entregando elementos ocultos. La materia que usa el pintor es abstracta: los colores, la tela, la idea inicial.
MANUEL HERNÁNDEZ
Mis signos conllevan un sincero factor interior de comunicación, de aporte, de querer entregar al espectador un desarrollo mental y real muy emocionalmente propuesto. Para mí los signos no se refieren a un hecho específico que cambia de naturaleza. Son indicadores que orientan la mirada en una dirección determinada y son, por lo tanto, una propuesta sensible, emocional. Al desplazar estos signos en mis cuadros, creo que cobran un sentimiento de vacío, de peso y contrapeso, de desdoblamiento, de transformación permanente, o sentimientos de nubosidad, de consistencia, de apertura. Todos estos son hechos naturales, reales, que quiero producir a través de mis signos. Ese planteamiento de signo me permite introducir al espectador en esos momentos de sensibilidad. Y, ante todo, son signos vivenciales, emocionales, porque creo que la pintura necesariamente tiene que comunicar hechos, y esos hechos son introducidos por los elementos mismos de la pintura: el color, las formas, los límites, la composición.
MANUEL HERNÁNDEZ
No he abandonado, por supuesto, el negro. Blanco y negro siguen siendo las medidas extremas necesarias para el ajuste, para el desenvolvimiento de los contornos en mi acto de apropiación pictórica.
MANUEL HERNÁNDEZ
En algunos casos he dicho que cada forma tiene su color. Así lo siento. Hay ciertos formatos en mis telas y ciertos alargamientos de formas que necesariamente conducen a una serie de gamas específicas. Por eso, tal vez, he ido desechando algunos colores que son valiosísimos en la pintura, pero que se apartaban de la mía, como colores primarios, o todos aquellos que tienen tendencia hacia el verde.
MANUEL HERNÁNDEZ
A nivel espiritual, el arte abstracto me permite una mayor introspección, a nivel de sentimiento y de argumentación, y por eso mismo una mejor ubicación espiritual en el hecho latinoamericano. Por ejemplo: muchas veces se llegó a decir que es distintivo de América Latina el color chillón y alegórico, la forma rimbombante, el mal gusto; por el contrario, creo que Latinoamérica es una cimentación profunda de meditación en su color, porque el paisaje mismo envuelve el color en una gama superpuesta, en el que hasta las formas mismas son exuberantes por las sutilezas de sus contornos. Considero que la meditación, el silencio, no por la timidez, sino por cierto sentido necesario de profundidad caracteriza el latinoamericano. No es gratuito pensar que también podemos ser profundos, a pesar de que nos lo quieren suprimir. Tengo la convicción de que el latinoamericano ha sido siempre de una gran raigambre interior y silenciosa, de meditación casi innata: su lanzamiento hacia conquistas siempre se ha dado con doble paso.
Mi pintura se nutre de la naturaleza. El artista es un recogedor diario de esas mismas inquietudes que le plantea. El artista, al moverse en cualquier orden, siempre está captando, atrapa esas inquietudes y las transforma hacia lo que él sabe dar, hacia la manera que le es propia. En mi caso bajo un tamiz de ordenamiento geométrico.
MANUEL HERNÁNDEZ
Toda creación del artista tiene que tocar fibras del espectador, pero no necesariamente hacia un orden de contenido inmediato. Me interesa que haya una verdad, pero no específica o de una manera clara, busco que haya una sorpresa, una especie de limbo, de no comprensión fácil. Mi interés es que en la obra haya una sorpresa no de entrega fácil, sino crear una meditación que inquiete, una doble meditación que puede ser o no ser. ¡Eso es la vida! Se da o no se nos da. Eso me interesa. Mi pintura no ha pretendido referirse nunca a La Sabana como clima o como parte atmosférica, pero sí un elemento de vibración que está en su sitio, o aquel envolvente que aparece en los bordes de mi pintura. Siento que eso puede ser como la humedad del trópico, pero no se da como sitio estratégico específico, sino que está pasando, se está viviendo. Me propongo indagar sobre nuestras características que en primera instancia pasan ocultas. Nuestra fuerza rústica en los movimientos del paisaje, de los contornos, el deseo de no perfeccionar, del amor por lo primario, de nuestro sexto sentido para lo absurdo.
Toda creación del artista tiene que tocar fibras del espectador, pero no necesariamente hacia un orden de contenido inmediato. Me interesa que haya una verdad, pero no específica o de una manera clara, busco que haya una sorpresa, una especie de limbo, de no comprensión fácil. Mi interés es que en la obra haya una sorpresa no de entrega fácil, sino crear una meditación que inquiete, una doble meditación que puede ser o no ser. ¡Eso es la vida! Se da o no se nos da. Eso me interesa. Mi pintura no ha pretendido referirse nunca a La Sabana como clima o como parte atmosférica, pero sí un elemento de vibración que está en su sitio, o aquel envolvente que aparece en los bordes de mi pintura. Siento que eso puede ser como la humedad del trópico, pero no se da como sitio estratégico específico, sino que está pasando, se está viviendo. Me propongo indagar sobre nuestras características que en primera instancia pasan ocultas. Nuestra fuerza rústica en los movimientos del paisaje, de los contornos, el deseo de no perfeccionar, del amor por lo primario, de nuestro sexto sentido para lo absurdo.
MANUEL HERNÁNDEZ
Manejo dos formas geométricas: el óvalo y el rectángulo, en todas sus combinaciones posibles. En esas combinaciones encuentro lo armónico. El óvalo es una forma abierta y el rectángulo es cerrado.
MANUEL HERNÁNDEZ
El tamaño es emocional. En una obra de mayor envergadura tonal, todo es más dramático. Pero lo importante es saber moverse dentro de los estados de ánimo.
MANUEL HERNÁNDEZ
El mundo espiritual nos convalida el presentimiento interno, pero en este estadio también aparece la ferocidad de la duda. En ese cruce de caminos y sensaciones llega el atrevimiento. Al tocar el papel o el lienzo se comienza la obra.
El proceso armónico me lleva a una gama que está muy cercana de los grises, y muy definida hacia los azules, rosas y violetas. Estos colores tienen un valor de liviandad y de profundidad al mismo tiempo, ofreciendo la posibilidad para que las formas, como en mi caso, tengan unos soportes, pero así mismo con una sensación de flotación, de sentido volátil, que facilita además que los contornos queden impregnados de cierta ligereza y velocidad, sin perder estabilidad y equilibrio. Yo encuentro que estos colores, presentes en mi pintura inicial y luego buscados por mí consistentemente, auqnue de diferente manera, sí tuvieron un presentimiento en Roberto Matta. Pero observo que otros pintores han utilizado estos colores con sentido espacial: el mismo Gorky los usó, y también Rothko, con superficies de grandes dimensiones hechas en violeta rojizo o violeta siena, producen una sensación expectante que, por otra parte, me interesa mucho en el orden mágico representativo.
Hay un momento dentro del proceso en que los espacios mismos del hecho abstracto casi me llevan a la tentación de ubicarme en el hecho geométrico. Por supuesto, mi pintura tiene un trasfondo geométrico permanente. Así los siento y no lo he abandonado nunca. Pero yo quería que los argumentos entregados al público, la superficie, la tersura, tuviese una emotividad. De ahí que yo no sienta una geometría cerrada, de línea envolvente, hard-edge. El traslado de una forma muy nítida no me interesa tanto como la conjugación de su elemento espiritual, que es lo que para mí debe ser en consecuencia la pintura.
La geometría no se comporta con mi pensamiento por causa de la atmósfera. Son casi contrarios. El temario geométrico, circunscrito a la geometría misma, no aporta lo que yo quisiera a mi pintura, de ahí, de pronto, el nacimiento de las diagonales y de los óvalos: un vocabulario que se ajusta mejor a esa parte atmosférica. Un camino que había presentido en Monet, siempre presente, en Fontana, y en el mismo Rothko. Todo eso conjuga en la necesidad de incluir la forma en unas superficies cercanas al hecho atmosférico, más liviano, conformado por elementos como los apoyos, los contactos, las flotaciones, el rompimiento del contorno y su vibración, que producen de pronto una placidez permanente del dibujo en el papel, y siempre estoy tratando de encontrar un intercambio de superficies, una cierta fluidez. La misma gama de color, de contraste de oscuro para la flotación del claro, me da esa sensación vaporosa o de fluidez, pero al mismo tiempo de amarre, que me interesa que mi pintura ofrezca.