«Todos tenemos nuestra sombra»

Galería 1er Piso
Octubre 18 a Noviembre 24 de 2018

 

 

 

La obra de Gonzalo Fuenmayor  refleja una doble influencia cultural que ha marcado  inexorablemente su práctica artística: la hispana y la norteamericana.  Su infancia y juventud transcurrió en una de las ciudades que encarna con más propiedad la esencia de la ciudad caribeña (Barranquilla) y su actividad profesional se ha desarrollado en Estados Unidos, donde vive y trabaja en la actualidad. Todo el trabajo de Fuenmayor cuestiona las nociones de la identidad caribeña como marca y los estereotipos que este concepto ha generado a través de imágenes que, a fuerza de ser repetidas por la publicidad, se han convertido en símbolos locales como el banano, el tucán, la piña y la palmera.

 

 

Es a partir de esta iconografía que Fuenmayor desarrolla su obra plástica. El artista persigue combinar en sus trabajos una línea narrativa donde lo decorativo y lo trágico se unen en un discurso que toma prestado recursos de la literatura, el cine y la publicidad. Los eslóganes publicitarios y los nombres de las productoras cinematográficas norteamericanas son parodiados en sus dibujos “Colombia Pictures”, “God Bless Latin America”, “GringoLand”, y otros, provocando irónicamente una lectura inversa de su significado.

 

 

Barranquilla es un área fértil en los ámbitos literario y artístico, cuna de movimientos sociales y políticos de izquierdas entre los que destacó el Grupo de Barranquilla, tertulia formada por afamados intelectuales,  escritores y pintores, entre ellos dos miembros de la familia del artista: José Félix Fuenmayor y Alfonso Fuenmayor; además los pintores  Alejandro Obregón, Bernardo Restrepo Maya y los escritores Álvaro Cepeda y  Gabriel García Márquez, entre otros.  Su obra, influida por estas fuentes, supone una reflexión sobre la identidad y la condiciones socio políticas de los países en desarrollo como Colombia, expuestos a la sobre explotación de sus recursos agrarios para abastecer al mercado global de productos de consumo. El banano ha simbolizado como ninguna otra fruta la paradoja de la abundancia y la pobreza, al ser a la vez alimento para la población y la causa de la explotación del campesinado en las plantaciones; es lo que se ha dado en llamar el “drama del banano”.

 

 

No es casualidad que el artista haya buscado su medio de expresión en la técnica clásica del carboncillo y la utiliza, a modo de los grandes maestros europeos del barroco, con la técnica del claroscuro, buscando la luz a partir de la sombra. De fondos oscuros, trabajados intensamente con el carbón, consigue esos puntos de luz que dibujan e iluminan los motivos de sus obras, esas inmensas lámparas formadas por racimos de bananos, que surgen de “borrados” con gomas y difuminos. El artista elimina así el uso del color asociado habitualmente al trópico y adopta el blanco y el negro como una forma de definir su identidad híbrida.

 

 

La lámpara de araña es otro de los elementos icónicos de su obra, y hace referencia a la decadencia de ese “Siglo de las luces” que fue el XVIII y que viajó a las colonias americanas desde Europa. La lámpara juega esa doble función de iluminar, en un sentido literal y metafórico, de sacar a la luz de la razón la verdad que las sombras ocultan,  a la manera goyesca. Por otro lado, constituye el símbolo del máximo lujo y opulencia europea, que fue posible, en cierta medida,  gracias a los recursos naturales descubiertos en América. El discurso de Gonzalo Fuenmayor se forma así a partir de la ironía y la parodia; paradójicamente los países productores de bananos no disfrutan de la riqueza que producen sino que ésta va directamente a enriquecer a los países que, con su tecnología y recursos, explotan las plantaciones. La opulencia generada en éstos da como resultado una riqueza que produce objetos aparentemente inútiles más allá de su función decorativa y se erigen en símbolos de estatus. El artista fusiona ambos objetos en imágenes que él mismo define como “injertos visuales” donde el contraste entre la forma y su significante cobra una nueva lectura que provoca la reflexión del espectador.