«E X T R A T E R R A Q U E O»

Galería 2do Piso
Octubre 24 – Noviembre 23, 2019

¿XENOHOSPITALIDAD? ¡POR FAVOR!

Ya lo sabían los griegos, cuando afirmaban que sus dioses, los residentes del Olimpo, habían logrado asentar su poder sobre la derrota de sus predecesores, los Titanes. Si estos no hubieran sido vencidos, los olímpicos no habrían podido extender el velo de las bellas formas, el velo de Maya, sobre la mirada humana para que los humanos pudieran olvidarse del Caos primigenio y comenzar así a creer en un mundo de orden y armonía: el Cosmos. No obstante, la sombra de esta batalla siempre regresaba en aquellos momentos en los que la Naturaleza, con su irracionalidad incontenible, dejaba fluir a través de la fragilidad de los fenómenos la fuerza de esa Physis por la que fluían de nuevo, desatadas y sin medida, las pulsiones de aquellos que nunca habían podido ser reducidos a lo doméstico.

También lo sabían H.P. Lovecraft y sus apasionados seguidores, cuando rehabilitaron el pensamiento trágico de la antigüedad al crear toda una mitología alrededor de los Primigenios: dioses oscuros que siguen dormidos y esperando a que las condiciones de realidad, significadas en las trayectorias de las esferas celestes, les permitan traer al mundo todo el desorden de su venganza. ¿Contra quién? ¿Por qué? La sospecha que se tiene es que toda su ira se dirige hacia un ser intermedio –alguien como el Demiurgo platónico– que, en el intento de darle un orden geométrico a lo existente, se vio en la obligación de encerrarlos en los abismos más oscuros del Ser. Un semi-dios que, sin embargo, dada su falta de habilidad, no pudo articular un Cosmos sin grietas ontológicas, por las cuales habrán de emerger las sombras de los Primigenios bajo el modo del Acontecimiento. Y que, a modo de lo Otro absoluto –el Xenos hostil y antibiótico de la literatura de terror– irrumpirá en la trama de la realidad para que sus fragmentos sean devorados de nuevo por el Caos.


Ahora bien, tras estos dos párrafos introductorios, surge la siguiente duda: ¿será que Fredy Saúl Serrano ha llegado a ser consciente de la tensión irresoluble que, en relación a la oposición estructural entre el Caos y el Cosmos, atraviesa la totalidad de su proyecto Extraterráqueo? Esta duda surge porque hay algunas obras, como las pinturas que conforman la serie Órbita, en las que la reducción geométrica de los movimientos del Sol, la Tierra y la Luna permite representar una danza perfectamente cronometrada sobre un océano de espacio vacío. Una coreografía tan armónica que parece haber sido dictada por el Demiurgo cuando puso en movimiento estas esferas desde el principio de los tiempos. Pero, más allá de estas pinturas, también pueden encontrarse unos collages titulados Xenostelas, en los que las formas simétricas y de exuberante colorido no pueden, a pesar de toda su belleza, evitar la aprensión de que tales ovoides barroquizantes no son las inofensivas naves espaciales en las que viajarían E.T. y su familia; sino que, más bien, son las flotillas invasoras de La guerra de los Mundos (H. G. Wells / 1898) o los robotizados Ángeles que han sido enviados a aniquilar a la humanidad en el ánime Neon Genesis Evangelion (H. Anno / 1995-2013).

Este temor se va acrecentando cuando se mira con detenimiento el interior de las cajas que contienen lo que podrían ser huevos alienígenas y que, a partir de una estrategia mimética, han sido catalogados por Serrano como Metazoos –aunque también hubieran podido haber sido etiquetados como XENI (xeno-entidades-no-identificadas). El miedo va aumentando cuando se observan las tres piezas de la serie MACLA, que comienza con un objeto negro semejante a una roca extraterrestre, la cual, tras su metamorfosis, se revela como la capa protectora de un cristal blanquecino con propiedades desconocidas. Y la ansiedad llega a un nivel bastante alto cuando la mirada se ve atraída hacia la pintura Lake George, en la que puede verse un idílico paisaje sobre cuyo cielo se ha extendido una tóxica coloración verde fosforescente. Una pintura en la que el cielo es presentado como el aciago signo de una Xeno-Parusía, es decir, una en la que, valga la pena señalarlo, ya no tiene al Jesucristo del Apocalipsis como su protagonista; sino que, más bien, tiene en los alienígenas ancestrales a los villanos de una historia que, a pesar del cambio de personaje, terminará de la misma manera: con el fuego del Cielo arrasando la superficie de la Tierra.

Por todos estos motivos, la exposición de Serrano tiene algo de advertencia, algo que llama la atención sobre la xenofobia. ¡Cuidado! Que no se malinterprete este término, pues el temor del que se está hablando acá no es aquel que se siente por aquel semejante que, no obstante, ha sido considerado como ajeno a la extensión del “nosotros”. En lugar de esto, el temor que, en este caso, va unido al prefijo “xenos”, se remite más bien a la aparición de lo absolutamente extraño e imposible de ser descifrado con solo indagar su presencia. A tal respecto, ha sido el cine de catástrofes el que mejor ha sabido mostrar esto con acierto. O al menos, así lo ha hecho en películas como El día de la independencia (R. Emmerich / 1996), una producción hollywoodense en la que los ingenuos xenohospitalistas, que se presentan con amistosas pancartas a darles la bienvenida a los visitantes del espacio exterior, terminan siendo masacrados con armas de plasma luminoso. O en ¡Marcianos al ataque! (T. Burton / 1996), puntualmente, en aquella escena, que tal vez sea la más recordada, en la que uno de los extraterrestres desintegra con su pistola láser una inocente paloma que, en un acto público convocado por el Presidente de EUA, había sido lanzada al aire como símbolo universal de paz. Aunque, si se piensa con cuidado, también es algo que puede encontrarse en Los pájaros (A. Hitchcock / 1963) –referencia visual de las obras que conforman la serie Volatería de Serrano–, ya que allí, lo que en apariencia son inofensivas aves, terminan arremetiendo contra los habitantes de una pequeña población estadounidense, Bodega Bay, como si hubieran sido poseídas por el gran Otro de la violencia no domesticada, por la irrupción de lo Real ¿Será que en estas películas, así como en las obras de Serrano, se está llamando la atención sobre el despertar de los Titanes griegos o de los Primigenios lovecraftianos? ¡Quién sabe! Sin embargo, lo que sí es claro es que, a pesar los llamados por abrirse a la Diferencia –piénsese en el xenofeminismo de Laboria Cuboniks (2014) y de H. Hester (2018)– siempre existe el temor instintivo de que la X del Xenos, no solo se trate de un algo que llegue a tomar diversos valores susceptibles de ser controlados –como ocurre con las variables indefinidas en la lógica–, sino que se termine convirtiendo en la encarnación de uno de esos valores que, dada la hostilidad ontológica, no tenga la intención de respetar la hospitalidad de quienes hayan decidido darle un lugar en su seno. Algo semejante a lo ocurrido en Alien, (R. Scott / 1979), ejemplo máxime en lo cinematográfico de que, dado el peligro inminente de lo Otro, no toda Diferencia es siempre bienvenida.


Martín Alonso Camargo Flórez
Filósofo y Magíster en Semiótica / Universidad Industrial de Santander