HUGO ZAPATA | JUAN ANTONIO RODA

MAGMA 

SANTUARIOS

NOVIEMBRE 18 –  ENERO 29  |  2022

HAY UN ECO EN ESA ROCA

He encontrado, por azar, en el interior de las rocas que trabajo, huellas cercanas a pictogramas, a signos, a señales, a ideogramas. Son gestos de un magma primigenio, rastros del trajinar de la materia en la eternidad del tiempo geológico, vestigios de avalanchas, de metales licuados, rocas blandas, cuarzos y cristales, que aun hoy, se expanden desde la ardiente oscuridad del centro de la Tierra. Son cenizas de hojas, pisadas de garzas en el barro, trazos de caracoles, de helechos, de semillas que cayeron en los espejos de agua o quedaron atrapadas en densos lodazales. Son sombras de antiguas mariposas, de libélulas, de peces, de reptiles; son fragmentos de escrituras anteriores incrustados en el cuerpo cambiante del planeta; resultado de iras de volcanes y de dioses. Son heridas de la materia en su eterno viaje por el cosmos, intrigantes cicatrices que se acercan a territorios visuales conocidos por el hombre y su cultura. Son dibujos expresivos. Hay en ellos ecos, ritmos, danzas, geometrías, claves misteriosas de un alfabeto tal vez nunca descifrable. Rescatarlos, recrearlos, establecer un diálogo con ellos y con su origen, se hace posible gracias al arte, la ciencia, la imaginación. Antes del hombre la Tierra ya escribía.

SANTUARIOS  (2002 – 2003)

La muerte de papá fue como una de esas olas gigantes que vienen después de una serie de olas normales, levantando a todos los bañistas, imponiendo un silencio de ola grande, tragándose la energía y el sonido de las otras con su gran masa transparente e insondable a la vez.

Los que estábamos cerca sabíamos que vendría, la veíamos venir lejos y sabíamos que acabaría por pasar.

Él también lo sabía. Lo sabía tanto, que al último cuadro que pintó, un cuadro pequeño de la serie Santuarios, delicado equilibrio de grises violetas y grises amarillos, atmósferas de color que cubrían y descubrían un ángulo sólido de gruesos brochazos negros, lo rayó con una espátula, o la parte trasera del mango de un pincel, lo cruzó con un solo trazo diagonal, descubriendo el blanco del lienzo bajo la pintura.

Ese fue el cuadro que pidió que le pusieran frente a su cama cuando volvió de la clínica, ya en muy mal estado, de manera que fue el último que vio, probablemente sobre el último que pensó, o sobre el que se dejó flotar, o en el que se sumergió mientras la gran ola se lo llevaba.

La última serie que pintó la llamó Santuarios. Era una serie pensada para ser expuesta en Madrid, en la galería Fernando Pradilla, al otro lado del océano. Era de cierta manera, o no, era ciertamente su última cruzada del gran Atlántico. Él lo sabía y ya no le tenía ganas a ese viaje. Estaba cansado y a pesar de eso, o tal vez por eso, pintó lo que alcanzó a pintar de esa serie, con una tremenda energía, una claridad y una decisión absolutas. Como sabiendo que iba a cruzar no ese mar, sino el otro.


Por Marcos Roda

Tomado del libro Juan Antonio Roda, Exposición Retrospectiva.
Museo de Arte Moderno de Bogotá. 2005