LUCAS OSPINA
Los artistas son la élite de la servidumbre
Jasper Johns
K, un artista emergente, hace dos piezas. El marchante A vende cada pieza de K a US$5.000 a B y C, dos coleccionistas de gran poder adquisitivo. A se queda con el 50 por ciento de la venta y arregla con B y C para que oferten las piezas que le compraron a K en una subasta. Antes de la oferta el artista se presenta en sociedad: K va con A, B y/o C, a inauguraciones y fiestas; un curador D, asociado a alguna institución, lo entrevista y firma un catálogo promocional con un texto elogioso sobre K; publicaciones de arte en las que pautan galerías vinculadas a K, o con lazos con A, B y/o C, se referirán a él; circulará el rumor de que K estará en una curaduría colectiva en un museo, bienal o feria donde solo exponen individualmente los consagrados.
Comienza la subasta, pero ¿por qué usar este método para darle un precio a las obras de K? ¿Por qué no dar una cifra y ya? Porque a falta de crítica, o por los problemas y demoras que genera una valoración crítica, la subasta es el medio expedito para inflar y dar legitimidad a esta historia: la puja por las piezas de K cierra en US$120.000 c/u. La subasta fluyó sin contratiempos. K todavía no es muy conocido, sí lo será cuando se conozca el resultado astronómico de la “puja” entre los coleccionistas B y C. ¿Dónde está el dinero? B pagó y compró la pieza de C, C pagó y compró la pieza de B. El mercado del arte es pequeño, inexistente dicen algunos, pero trabaja con arte para un mercado más amplio que, con arte o sin arte, promete altos rendimientos.
Días, meses o años después, B y C ofrecen a un miembro E de la junta de un museo la donación de las piezas de K. Lo más importante: B y C valoran cada obra por US$120.000 c/u en su declaración de impuestos y certifican ambas donaciones por esa suma. En algunos países y paraísos fiscales un tercio del monto total de lo donado se deduce de la declaración de renta: US$40.000. Los coleccionistas B y C que, en un principio invirtieron US$10.000 entre los dos, gracias a la subasta elevaron el costo de sus obras y ahora obtienen por esta operación una ganancia aproximada de US$35.000 por cabeza (habría que restarle la comisión de la casa de subastas y lo que corresponde a A por la intermediación).
K recibió US$5.000 por sus obras; es feliz, el dinero le hace bien, el futuro del artista pinta mejor. Si K y sus obras son dúctiles podrá seguir trabajando con A, B, C, D, E y llegar lejos, pero si sus obras pierden aura, las fuerzas —o los fuertes— del mercado encontrarán un nuevo artista, o el filón de una nueva tendencia artística para explotar. Todo el mundo es un artista: arte y artistas es lo que hay.
Lo anterior es solo un esquema perfectible. Un fondo de inversión en arte sabrá conjugar todo el abecedario monetario y redactar cada vez mejor la novelita mercantil: usará todo el arcoíris de excepciones tributarias, usará la colección de arte como colateral para apalancar negocios y pedir préstamos a bancos, usará el arte como caballo de troya gentrificador para penetrar comunidades, conquistar territorios y desarrollar proyectos inmobiliarios. Todos estos negociantes tacarán con sigilo carambolas más y más virtuosas, con rendimientos a corto, mediano y largo plazo. Hablamos de arte: la misma libertad y apertura que existe para hacerlo e interpretarlo se extiende a su compra y venta.
El arte es la vida sexual del dinero
Peter Schjeldahl