GONZALO FUENMAYOR
En la obra de Gonzalo Fuenmayor (Barranquilla, 1977) se refleja la doble influencia cultural que ha marcado su práctica artística: la latina y la norteamericana. Su infancia y juventud transcurrieron en la capital del Atlántico y su actividad profesional se ha desarrollado en los Estados Unidos. Estudió el pregrado en Boston, se especializó en Nueva York y desde hace 15 años vive en la ciudad de Miami.
En su investigación artística cuestiona la identidad caribeña y los estereotipos que esta ha generado mediante el uso de símbolos como el banano, la naturaleza tropical, los tucanes, las palmeras y las hojas de monstera delicosa. Estos elementos ocupan espacios que manifiestan el poder, la riqueza y la opulencia del estilo de vida norteamericano, ejemplificado en imponentes lámparas de cristal, cenefas, coronas y molduras que recubren techos y paredes.
Tropismos es la cuarta exposición de Fuenmmayor en la Galería El Museo. En esta exhibición, el artista acude a un término del lenguaje de la biología que define el movimiento de orientación de un organismo como respuesta a un estímulo externo, aludiendo al factor cultural como interventor de espacios. Con un guiño al claroscuro de Goya y al interiorismo de estilo victoriano, crea con carboncillo y borrador escenarios ostentosos que, sorpresivamente, son invadidos por flora exuberante, por una bandada de flamencos, por íconos del grafiti que simbolizan la identidad urbana, por parlantes que llenan los barrios populares durante el Carnaval de Barranquilla o por toboganes que evocan un balneario de la Florida.
Estas escenas inconcebibles en la realidad, que se asemejan a un fotograma de una película hollywoodense o a una pieza teatral, presentan una situación inverosímil entre lo doméstico y lo salvaje. Hay una tensión absurda que juega con las expectativas del observador, quien inevitablemente se sorprende con lo irracional y lo onírico de una composición que propone la invención de una narrativa que descifre la trama.
A finales del siglo XVI, la lámpara de araña comenzó a incorporar cristales de roca tallados para que la luz se refractara en los prismas, pero solo los palacios contaban con sus destellos. Durante el reinado de Luis XV, en el siglo XVIII, el estilo rococó implementó exuberantes motivos de vegetación en las líneas de las arañas, y el clero, las grandes casas de la nobleza y los comerciantes adinerados comenzaron a decorar sus espacios con este tipo de luminaria.
La época victoriana, que abarca desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX, se caracterizó por un fuerte énfasis en la opulencia, el refinamiento y el diseño ornamentado. Utilizada como accesorio de iluminación prominente, asociada con la riqueza y el lujo, la lámpara que contara con más caireles de cristal servía como indicador visual de la posición social de la familia. Esta pieza de suspensión, ubicada en el comedor o en la sala de recepciones, preparaba el escenario para elegantes veladas, resaltando la importancia de los códigos de etiqueta.
Es así como estas arañas, no solo como elemento compositivo, también por su significado, son importantes para Fuenmayor debido a las posibilidades plásticas que la transparencia y la luminosidad aportan a sus escenarios teatrales. Escenarios que presentan una tensión entre el esplendor y la decadencia, una contraposición que nace del absurdo y del disímil encuentro entre la naturaleza tropical, representada en un racimo de bananos o un follaje de monstera deliciosa, con la suntuosidad del poder, manifestada en la arrogancia de colonizar iluminando lo inhóspito.
Las fotografías de esta sala, que pertenecen la serie Papare, son el registro de una instalación que Fuenmayor realizó hace diez años en una plantación de Ciénaga, Magdalena, en la que, sobre racimos de bananos, suspendió candelabros victorianos que encendió en la noche. Esta metáfora de simbiosis indaga cómo realidades convenientemente ignoradas se camuflan detrás de lo decorativo y manifiestan una explotación social y violenta que procede de la iluminación de un imperio.
A través de sus dibujos y fotografías, el artista colombiano Gonzalo Fuenmayor hace, con una perspectiva crítica, una constante lectura visual, poética y política alrededor de los diversos clichés comúnmente asociados al trópico, y nos invita a que develemos, a veces empleando estrategias cercanas al surrealismo (como las asociaciones imprevistas y casi oníricas entre objetos disímiles), no sólo el detrás de cámaras del proyecto moderno, sino también el trasfondo político y económico que permitió (a través de la explotación humana y del abuso sobre el cuerpo-otro caribeño) la construcción ampulosa, unas veces barroca y otras moderna, del American Way of Life.
Como un antropófago, entendiendo la antropofagia a partir del poeta brasileño Oswald de Andrade, Gonzalo Fuenmayor, nacido en Barranquilla, deglute la tradición europea encarnada en los diferentes artefactos decorativos (arañas de cristal, pianos de cola, espejos, etcétera) a los que aspiraba la burguesía decimonónica caribeña y estadounidense de los años 20 y 30, y luego, el artista expulsa/crea nuevos artefactos tropicales imposibles, como lámparas palaciegas brotando de un platanal cienaguero (lámparas que emergen como una suerte de flores del plátano), pianos de cola destruidos por la manigua o palmeras (ese lugar común de la imaginería tropical) destruyendo un barroco comedor palaciego, recordándonos el origen verdadero del capital, el rastro oculto de sangre y dolor que mancha un mundo suntuoso.
Quizá esta ampulosidad que el artista representa en dibujos de gran formato tan detallados como obsesivos, busque, además, recuperar algunas de las experiencias vitales del artista en la Barranquilla de antaño, esa ciudad contradictoria en la que floreció una intelectualidad cosmopolita (de pintores, novelistas y poetas) en los años 40 y 50, una intelectualidad que, valga decir, revisó críticamente los horrores de las plantaciones. Así mismo, en esta Barranquilla de mediados del siglo XX, el gran capital procedente de la exportación de frutas exóticas, del proceso de industrialización emergente y de la consolidación de un nuevo sistema bancario, tuvo un reflejo en una ciudad pletórica de delirios arquitectónicos que requerían, a su vez, de la importación de objetos suntuarios a través del puerto pujante. Estos objetos son los diferenciadores sociales que Fuenmayor persigue con insistencia: jugaron un papel clave en la proyección de una imagen de clase, en la modernización de un país feudal y colonial, y en la consolidación de una élite a veces de aspiración versallesca y otras de aspiración moderna. Podemos leer la obra de Gonzalo Fuenmayor como un extenso manifiesto alrededor de las contradicciones de una promesa de modernidad (fallida, incompleta), como un rastreo genealógico del capital y sus trasmutaciones cuasialquímicas (de plátano a Baccarat, de campesino explotado a espejo veneciano) y como un recordatorio de lo que a veces se esconde en el reverso del decorado teatral, uno tan bello como sangriento.
Halim Badawi
OBRAS